Me hubiese gustado lanzar Jaibol con un tema que me interesara de verdad — los orígenes suecos del fernet, por ejemplo — pero las circunstancias son las que son… Ojalá podamos en breve hablar de cosas más felices.
Este virus esconde otros virus. Uno de los más contagiosos es el virus que lleva a gobiernos a imitar las medidas de otros gobiernos, sin prueba alguna de la eficacia de dichas medidas. Tuvimos por ejemplo, el cierre de bares a las 22h en el norte de Inglaterra, que dio ideas a Madrid, Praga, Francia... En los últimos días, esta pandemia dentro de la pandemia crece de manera exponencial, entre llamadas al cierre total, al toque de queda o a una mezcla de ambos. Y Twitter está que arde: cada vez más comentaristas saben cómo acabar con el maldito bicho — basta con « cerrar los interiores », pero sólo de bares y restaurantes.
No es sorprendente que la hostelería en general y los bares en particular estén tan mal vistos en el contexto actual. Los científicos explican que hay que tener cuidado con lo que los anglosajones llaman las "tres C", es decir, espacios cerrados y mal ventilados (closed), donde coincide mucha gente (crowded) a muy poca distancia (close contact). El factor tiempo también es importante, ya que no es lo mismo pasar 10 minutos en la carnicería que 2 horas en la mesa. Por supuesto, el riesgo aumenta cuando la gente no lleva mascarillas (inevitable para comer y beber), cuando el volumen del ruido lleva a levantar la voz o cuando hay gente cantando. Además, la probabilidad de no seguir todos los gestos de protección aumenta con el consumo de alcohol.
También sabemos que en las semanas previas a los confinamientos de primavera, los bares y discotecas ayudaron a propagar el virus. El relato más revelador nos lo proporciona, sin duda, un artículo en The Guardian sobre la 'zona cero' de Europa, la estación de esquí de Ischgl en Austria. Aunque el contagio también se produjo en las tiendas y en el transporte público, son principalmente las fiestas en discotecas y bares abarrotados las responsables de la situación — el artículo incluye algunas descripciones muy llamativas, de las que te llevan a nunca mirar una barra de la misma manera. Para aquellos que quieren menos relato y más datos, este estudio de un brote en un bar musical de Hong Kong en marzo es también revelador. Pero no sólo representan un peligro los establecimientos donde la gente baila, canta y liga. Uno de los casos más estudiados en los primeros meses de la pandemia es el de un restaurante de la ciudad china de Guanghzou, donde un cliente infectó a otros nueve a finales de enero, cuatro de los cuales estaban sentados en mesas distintas a la suya.
Lógicamente, en todos los países europeos donde hubo confinamiento, los bares fueron de los últimos negocios en reabrir. Las condiciones de reapertura, inicialmente drásticas, tenían por objeto limitar los riesgos en la medida de lo posible. La mayoría de las grandes ciudades europeas facilitaron la instalación de terrazas, impusieron un aforo limitado en interiores, y una distancia mínima de seguridad en todo momento. Cuatro meses después, muchos países están dando marcha atrás. No sólo porque están aumentando los casos en todas partes y por la sombra alargada de lo de marzo y abril, sino también porque los científicos creen ahora que los aerosoles desempeñan un papel decisivo en la transmisión del virus, y que pueden proyectarse más allá de la distancia segura establecida en muchos países.
Pero si miramos los datos concretos, la cosa ya no está tan clara. En teoría, los bares — sus interiores en particular — deberían estar detrás del aumento de las transmisiones en esta segunda ola. En la práctica, no parece ser el caso. O, mejor dicho, en la práctica no podemos probarlo. En lo anecdótico, podemos hacer un ejercicio de memoria: ¿conoces un brote en España vinculado a un bar? Tal vez te venga a la mente el famoso caso de la discoteca de Córdoba, o el de los pubs de Murcia. En la escala de riesgos, los establecimientos donde la gente baila, canta, grita y liga están en la cumbre. Pero, desde el cierre del ocio nocturno, anunciado el 17 de agosto... ¿Algo? Podemos también buscar en el extranjero. Puede que hayas oído hablar del famoso caso del Starbucks en Paju, un suburbio de Seúl, donde una mujer infectó a otros 55 clientes... ¿Es un caso emblemático, como dicen algunos, o un caso más bien único? ¿Cuántos más brotes conocemos? ¿Aberdeen, tal vez? ¿Qué más?
Cuando España apostó por cerrar el ocio nocturno el pasado agosto, los datos del Ministerio de Sanidad lo relacionaban con el 8% de los brotes y el 13% de los casos relacionados a estos brotes. Hoy en día, los datos del mismo ministerio achacan a la hostelería 2,4% de los brotes y el 5,2% de los casos desde marzo. Si eliminamos el ocio nocturno, los bares y restaurantes están ligados a 2,34% de los casos. La semana pasada, la hostelería española representó el 1,2% de todos los nuevos casos relacionados con brotes.
¿Los datos españoles no son fiables? Por supuesto que no lo son. Pero son los que tenemos. Igual podemos mirar fuera también. En el Reino Unido, el único país europeo que ha facilitado datos sobre las fuentes de contagio a nivel nacional, en la semana del 7 al 13 de septiembre —antes de la introducción de las nuevas restricciones en el sector — los bares y restaurantes sólo representaron el 5% de los brotes detectados fuera del entorno doméstico. Allí, se « animaba » (pero no obligaba) los bares a registrar los datos de sus clientes. Por lo tanto, la cuenta es probablemente más fiable que la nuestra. Desde la introducción de nuevas restricciones, la cuota de brotes en hostelería ha bajado al 3%. Todo un triunfo. Alemania nos proporciona, por su parte, uno de los pocos (y muy relativos) casos europeos de éxito en la lucha contra la pandemia. Lamentablemente no publican datos consolidados, a pesar de que muchos bares registren los datos de la clientela. Un empresario bien informado me dice que las cifras que circulan son alrededor del 4% (fuente no oficial). Por último, algunos cantones suizos también detallan las fuentes de contagio. En Aarau, por ejemplo, menos del 5% de los 792 casos cuyo origen se ha determinado desde el 11 de mayo de 2020 proceden de la hostelería. Independientemente de las medidas concretas adoptadas, de los métodos de cálculo y de la fiabilidad de los datos, todos los países europeos que calculan el número de casos transmitidos por la hostelería nos dan una cifra similar. 5%. Vale la pena repetirlo: 5%. Como mucho.
¿Por qué una actividad tan arriesgada, según los científicos, representa un número tan pequeño de casos, según los datos de que disponemos? La explicación más simple es que los datos no son fiables: en un bar, el origen de un brote puede ser un desconocido que pasaba por allí. En Aarau, más del 50% de los casos son de origen « desconocido ». En España — esto da la escala del fracaso de nuestra gestión — menos del 10% de los casos están vinculados a un origen específico. Por lo tanto, aquí nuestra imaginación tiene barra libre para asociar los contagios « desconocidos » con un entorno específico — el bar. En el Reino Unido, algunos expertos dicen que el 30% de los casos no atribuidos son causados en bares. Pero esta es una estimación basada en modelos teóricos, no en la práctica. Por último, en los Estados Unidos, el CDC publicó recientemente un estudio que parece indicar que la única diferencia entre los casos positivos sin origen de contagio conocido y los casos negativos que habían estudiado es que los positivos tenían el doble de probabilidades de haber visitado un restaurante o un bar en las dos semanas anteriores. Pero los autores del estudio admiten que no tuvieron en cuenta las circunstancias de las visitas (interior o exterior), el tipo de establecimiento (no es lo mismo ir a un restaurante o un club de honky tonk) ni el método de servicio (servicio en barra, en mesa, buffet, etc.). El estudio tampoco tiene en cuenta las medidas de distanciamiento vigentes en las distintas ciudades de las que proceden los casos. Por lo tanto, es difícil sacar conclusiones, más allá de la obvia: un bar es un lugar de riesgo.
Otra interpretación de esta diferencia entre datos disponibles y teoría sería que las medidas de distanciamiento y la reducción de aforo, así como el cierre de las discotecas, funcionan. La mayoría de los casos citados anteriormente como ejemplos del peligro que representan los bares son, de hecho, anteriores a la introducción de cualquier medida. Además de las dos medidas mencionadas, otros factores han tenido un impacto. La concienciación del gremio. El hecho de que la gente tiene miedo y frecuenta menos los bares. Qué se protegen más que en marzo. Y aunque sabemos ahora que los aerosoles emitidos por una persona infectada pueden llegar a otra persona sentada a 3 metros de distancia, es muy posible que una distancia de 1,5 o 2 metros ya de por sí contribuye a minimizar riesgos.
Un tema crucial en este debate es el de la ventilación. Todos hemos visto una tabla que señala los espacios y las circunstancias de riesgo. Sin mascarilla, por ejemplo, una terraza abarrotada sería más peligrosa que un interior bien ventilado. Desafortunadamente, nadie en la prensa parece haberse tomada la molestia de definir « bien ventilado ». Los dos casos más conocidos de brotes en hostelería, los de Guanghzou y de Corea, están relacionados con el aire acondicionado. En el Starbucks coreano, el enfermo estaba sentado justo debajo de un aire acondicionado montado en el techo. Su posición así como el modo de funcionamiento del aparato en cuestión probablemente explican la escala del brote. Curiosamente, Corea no parece considerar que este caso concreto pueda poner en cuestión la seguridad de los interiores en general, ya que el país asiático nunca ha ordenado el cierre de los interiores de sus bares... Pero, de todas formas, ¿qué dicen los expertos en ventilación? No los escuchamos mucho. Para un artículo escrito para la reapertura de los interiores de los bares y restaurantes de Nueva York, Pete Wells habló con un ingeniero que trabaja precisamente en este campo. Explica que no ve ningún peligro en ir a comer en un restaurante bien ventilado — y que una ventilación adecuada la puede proporcionar un sistema de aire acondicionado limpio y con buen filtros.
Tal vez, entonces, las cifras de contagio en bares y restaurantes son tan bajas porque estos espacios son más seguros de lo que pensamos. O tal vez la verdad está en el medio: hay más transmisiones de las que muestran los datos oficiales, pero menos de las que dicen las voces más alarmistas.
Es interesante observar, en el artículo de Pete Wells, que los interlocutores que no son epidemiólogos o virólogos (el experto en ventilación, el arquitecto que diseña espacios para hostelería, el médico encargado de la vuelta a la normalidad en Nashville) minimizan los riesgos asociados a los interiores. Pero cuando Wells habla con un especialista de las pandemias, esta le cuenta que no puede decirle que los restaurantes son lugares seguros. Sería casi imposible hacer que los restaurantes fueran seguros al 100%, parafrasea Wells. Es muy revelador. El riesgo cero se ha convertido en una obsesión para algunos expertos en salud en los últimos años. Por ejemplo, la OMS ha pasado recientemente de recomendar que el consumo de alcohol se mantenga por debajo de cierto umbral a declarar que hasta una sola gota representa un peligro — un poco como cuando el cura nos explica que el único método anticonceptivo fiable es la abstinencia. La idea del riesgo cero es una quimera, y una quimera peligrosa, como han señalado muchos profesionales de la salud en Estados Unidos, Bélgica, el Reino Unido y Francia. Una quimera a la que lamentablemente se aferran la mayoría de los gobiernos europeos. Y esto cuando ninguna de las medidas adoptadas en ningún sector tiene por objeto eliminar por completo el riesgo de contagio. Siempre se ha tratado de minimizarlo.
Tanto en julio como en octubre, en España como en otros lugares, las principales fuentes de contagio son las reuniones familiares, las fiestas privadas, los hospitales, las residencias y el lugar de trabajo. Desde septiembre, las escuelas y universidades deben añadirse a esta lista — con casi 170 casos, una fiesta al aire libre (!) en una residencia en Valencia representa un brote más grande que el principal brote relacionado con el ocio nocturno en España (el número de casos por brote en residencias de estudiantes ya es mayor que el de bares y restaurantes). En Madrid, el cierre del ocio nocturno no ha tenido un impacto demostrable en la pandemia. En Inglaterra, el gobierno pagaba al público para que fuera a los restaurantes durante todo el verano, sin una relación clara con un repunte del contagio — los contagios sólo empezaron realmente a aumentar cuando terminaron las vacaciones y la gente volvió al trabajo o a la escuela. En Corea del Sur, la tierra del famoso caso Starbucks, los bares nunca se cerraron. Aparte de un brote vinculado a las discotecas el pasado mes de mayo, ninguno de los diez mayores brotes coreanos están vinculados al sector. Las medidas de distanciamiento coreanas son similares a las de Europa. ¿La única diferencia? Disciplina social, sin duda, pero sobre todo un verdadero sistema de rastreo.
Si los bares están en el punto de mira hoy en día, no es por la ciencia o los datos. No es por los riesgos (reales) que representan. Es simplemente porque los gobiernos han demostrado ser incapaces de implementar un sistema fiable de rastreo y de proteger las residencias. Tampoco pueden permitirse políticamente el cierre de escuelas, ni económicamente confinar las empresas. Por encima de todo, ningún gobierno democrático puede poner un agente de policía en cada casa — principal fuente de contagio prácticamente en todos los países. Al final, cierran los bares porque es lo único que los gobiernos pueden permitirse hacer.
Hace siete meses, era muy fácil pedir sacrificios. Hoy en día es muy complicado. El hartazgo es real y cada vez más generalizado. Cada vez es más obvio que los datos de contagio ciegan. Que las decisiones se toman sobre la marcha. Que los gobiernos han elegido como únicos interlocutores, por un lado, los apóstoles del riesgo cero y, por el otro, los lobbies empresariales. Han olvidado hablar con economistas, especialistas en comportamiento, estadistas, etc. Han pasado del triunfalismo al pánico sin promover en ningún momento un mensaje realista, centrado en los riesgos reales, en las mejores prácticas, que tenga en cuenta el comportamiento humano. Que lo sepan los que llevan semanas pidiendo a gritos el cierre de la hostelería: los bares están cerrando, pero eso no os salvará del virus. Y a nosotros, que dependemos de este sector, nada nos salvará de la ruina.