Tragos Felices: Abril 2025
El mejor Daiquiri, un Vodka Red Bull noruego y días sin alcohol
No me van a creer pero me ha pasado algo en abril: he estado seis días seguidos sin beber. Semana Santa Seca. No por salud. No. Llamémoslos un experimento sociológico. Quería ver cómo aguantaba un servidor, para quién lo de beber es básicamente lo de comer (y con lo de comer no se juega), rodeado de gente normal de vacaciones, que es precisamente cuando ellos se ponen a beber más de la cuenta. Se aguantó bastante bien, con algunos matices que comentaré, a lo mejor, más adelante.
Dicho esto, no tengáis miedo: no os voy hablar de bebidas sin alcohol hoy: gracias a dio(niso)s, estuve bebiendo los otros 24 días del mes. Y bastante bien, aunque la lista de tragos felices va a ser más corta que el mes pasado. No por calidad, sino porque me pasé con la nota de marzo. Parece mentira, pero a veces soy generoso y luego me arrepiento.
Si algo marcó mi mes de abril es la vuelta a lo clásico. Procesiones, Martinis y Daiquiris. Aunque mis gustos sean bastante más « católicos » de lo que la gente suele pensar, admito una preferencia general por la ortodoxia bien entendida. Antes y después de la Pascua 2025, esta tendencia natural estuvo muy satisfecha, como os cuento en tres ejemplos. No es poca cosa, ya que últimamente el clasicismo practicado en las coctelerías contemporáneas me sume en una melancolía cuando no una tristeza digna de un Viernes Santo.
El Daiquiri de 1930 (Milan). Llegamos muy tarde, quizás demasiado tarde al nuevo 1930, el bar más famoso del equipo que revitalizó el cóctel en la capital Lombarda con Mag Café y que encontramos detrás también del BackDoor 43 (un bar para cuatro personas), Iter o la destilería urbana / coctelería Tripstillery. La nueva localización del clandestino 1930 es un pelín más pequeña que la anterior pero… same vibes y same drinks. Exclusividad (es un club privado) y cócteles locos inspirados en platos icónicos de la cocina mundial. Il capo Benjamin Cavagna lo sa: la marinara o el humus, me los como no me los bebo. Pero el bueno de Cavagna, además de la creatividad que enseña a través de sus locuras, es un rey entre los reyes de los clásicos y así me lo volvió a demostrar con el mejor Daiquiri de los últimos tiempos*. Diluyó con esmero azúcar en grano en lima, añadió dos rones de los cuales ya no me acuerdo (el ron de graduación menguante iba reforzado con uno de estos rones jamaicanos de muchos esteres, creo) y luego agitó el tiempo necesario para presentarme un Daiquiri fresco, ligeramente acido, con la presencia justa del ron. No lloré porque no soy de llorar (8).
(* De hecho diría que de los casi 80 daiquiris que tengo apuntados en mi base de datos, solo lo supera el que me hizo Alfredo Pernía en Solange en julio de 2020. Otros muy notables fueron los preparados por Alex Cabrera en Viva Madrid en septiembre 2018 y el amigo Piru en El Niño Perdido en noviembre 2024. Fuera de la base de datos (a mi gran pesar, no es exhaustiva) está el Daiquiri que me tomé el 26 de marzo 2016 en el Jerry Thomas de Roma, seguramente el mejor de mi vida. Que me acuerde de éste sin tenerlo apuntado en ningún cuaderno lo dice todo.)
El Tom Collins de Kronenhalle (Zúrich). Hay recetas perfectamente ejecutadas y recetas perfectamente elegidas. Obviamente, hay Collins superlativos pero noto que los mejores Tom Collins me los tomo precisamente cuando es lo que más me apetece: no depende tanto del barman sino del momento. Esta vez tocó en mi segunda visita a Zúrich en un mes. Yo quería otro Dry Martini en Kronenhalle (ya lo conté en los Tragos Felices del mes pasado). No conté con varios factores externos. Ese día hacia casi treinta grados y venía vestido como si estuviera, bueno, en Suiza. Luego, después de media hora de marcha bajo un sol implacable, me topé con una procesión de guildas celebrando la llegada de la primavera (el Sechseläuten). El centro de esta ciudad tranquila, petada. Y el Kronenhalle, tan apacible y civilizado en mi visita anterior, abarrotado y ruidoso. Conseguí hacerme un hueco en la esquina entre la barra y el office, y muerto de sed, con ganas de agua pero resistiéndome a toda costa, pedí un Tom Collins. Sabía a gloria (7,5). No deja de resultar raro abrir la temporada del Collins en el norte de Europa cuando el sur sigue casi en tiempos de Hot Toddy. (Luego, obviamente pedí un Dry Martini.)
El Penicillin de Bar Central (Meloneras). No me extenderé, ya mencioné el Bar Central del hotel Costa Meloneras a principios de año. Mencione ese lobby bar por su toque cubano obvio, pero también dan la tecla con clásicos modernos como el Penicillin. Justo celebramos veinte años de la creación de este cóctel por Sam Ross y nunca ha sido tan popular pero, por lo menos en España suele servirse demasiado diluido o, mejor dicho, sin textura. Siempre sospecho que se debe a cómo prepara Ross la mezcla de miel y jengibre. No sé. Este Penicillin es uno de los primeros en mucho tiempo que lo tiene todo justo como tiene que tenerlo (7,5).



Lo moderno también tuvo su espacio en abril.
Como comenté no hace mucho, en Zúrich no solo hay la tradición à la Kronenhalle. Descubrí esta vez un bar que no había visitado en mi visita anterior, No Idea. Cócteles de corte modernísimo en un espacio igual un poco aburrido aunque mola el taller a la vista en plan panadería (la dueña es pastelera y el establecimiento es un café de especialidad por la mañana). Muy buenos los tres cócteles que tomé, sobresaliente el Gangkar Punsum, con whiskey japonés fat washed con mantequilla noisette, destilado de arroz rojo y cordial de guayaba. Uno de esos Gimlet modernos (7,5). También volví a visitar a mis griegos favoritos fuera de Grecia, los Late Bloomers con su ambiente fiestero con DJ en pleno barrio rojo. Es Suiza pero parece Atenas. Ahí, me gustó lo que hacen con fórmulas bastante reconocibles y fáciles de entender. Su The G.O.A.T. es uno de sus mejores ventas: un Gin Sour con toque lácteo y cremoso de queso de cabra. En el papel, no algo que me atraiga, en boca un cóctel equilibrado y muy goloso (7,5).
Zúrich era mi último viaje del mes. Mi primero fue Oslo para el décimo aniversario de Himkok, un bar que sigue en la cima (el mejor que haya visitado en 2024). Conté en detalle mi visita del año pasado. Otra vez me encantaron el Birch (la versión de Martini de la casa) y el Beta, que ya son clásicos modernos. De la nueva carta, destacaría Cloudberry, que es un tipo de zarzamora típica de Noruega. Ya la utilizaban en la carta anterior. Este año la trabajan en el formato « Energy Drink », es decir lo que dan a los clientes que quieren Red Bull con vodka. Lleva el vodka producido en la destilería del bar, un liqueur de cloudberry y un kefir de su agua, « vitaminas, cafeína y taurina », vanilla y manzana en un trago largo delicioso (7,5).



Si hay una cosa que ha aumentado drásticamente en España en los últimos años es la cantidad de restaurantes que ofrecen cócteles de cierta ambición. El nivel no siempre es muy alto y muchos locales confían sus programas a barmans que claramente no están (¿todavía?) al nivel de sus pretensiones. Me cuentan que la demanda de los clientes es alta y es de esperar que el nivel de la oferta aumente. La mayor sorpresa que me llevé este mes en Madrid es el Roostiq Bar, hermano del popular restaurante del mismo nombre. Equipo sólido y tragos creativos bien ejecutados, que son los dos aspectos donde los nuevos restaurantes madrileños suelen fallar. Se viene aquí sobre todo a comer o cenar pero la barra amplia deja bastante espacio para un cóctel y algo de picar. Probé cinco cócteles, pinchó uno pero los demás tenían muy bien nivel y recomiendo en particular el Tomate Basil Smash, con vodka infundido con el famoso tomate de la finca de Roostiq, un toque de miel, albahaca y limón. A veces tengo la impresión de que hay más tragos con tomate que con lima en las coctelerías actuales. Este, por lo menos, era muy fino y equilibrado, ideal antes de la comida o incluso para acompañarla (7,5).
El autor tuvo suerte y tan solo pagó 2 de los 7 cócteles valorados. La nota atribuida a cada cóctel se establece sobre una escala de 1 a 10, 10 siendo la nota más alta.
Recuerda: el mejor libro del mundo se llama Mueble Bar y comprarlo es imprescindible.
François Monti es el autor de Mueble Bar y lleva más de una década recorriendo los mejores bares del mundo. Y cuando no está viajando, se está preparando cócteles en casa. Más tarde, escribe sobre la experiencia. Es el autor de otros tres libros, incluyendo El gran libro del vermut y 101 Cocktails to Try Before You Die, y ha colaborado en muchas publicaciones internacionales. Su trabajo ha sido nominado a varios premios, entre los cuales se encuentran los World Gourmand Book Awards o el Best Cocktail & Spirits Writing en los Spirited Awards (los Oscar de la mixología). Desgraciadamente, no ha ganado ninguno, así que no le queda más remedio que seguir bebiendo para escribir. Monti también se dedica a la formación. Es docente del Master Wine & Spirits Management en el Kedge Business School en Francia y ha impartido conferencias alrededor de todo el planeta en los eventos más importantes del sector. Ya que también tiene que comer, es socio de la agencia de estrategia Amarguería. Desde el 2020, Monti es el Academy Chair para España y Portugal de The World's 50 Best Bars. Según la revista Drinks International, es una de las 100 personas más influyentes de la industria del bar a nivel global.
Me gusta comprobar que tengo la suerte de conocer algunos (los de España) de los bares que mencionas, y me dan ganas de volver a visitarlos.